"Esa cosa", Miguel Gassó Rodríguez

Era de noche y como de costumbre el silencio y
el ligero sonido de la brisa nocturna estaba golpeando las ventanas. Él vivía
solo con su animal de compañía, un perro viejo y tranquilo que pasaba días y
noches tumbado bajo su amo. Ese día animal mostraba una intranquilidad fuera de
lo normal: gruñía, estaba siempre alerta, olfateaba absolutamente todo… ¡pero…
era incapaz de entrar a ese pequeño cuartito que se ocultaba tras el ropero!
El amo apagó el
televisor y silbó al perro para que lo siguiese a la habitación. El perro no
respondía y la luz era escasa, así que no observaba bien lo que ocurría. Vio
por un instante una tenue luz de color ámbar huyendo por la chimenea. Sobresaltado,
encendió la luz: se veía la cola del sabueso al otro lado del sofá y una
sensación de absoluto terror lo inundó…¡Era su perro, inerte y sin la parte de
debajo de su mandíbula!
Solo con el ruido
del crujir de la madera en el piso de arriba ya sabía que ahora le tocaba a él,
tenía dos opciones: quedarse y correr la suerte de su perro o huir a casa de
algún vecino y pedir el socorro. Corrió como nunca antes y su corazón estaba al
límite del colapso, esa cosa, con apariencia de humano, pero con unos dientes
afilados como cuchillos y blanco como el mármol, lo perseguía.

El silencio del
pueblo era de cada vez más extenso y así seguirá siendo el pequeño pueblo,
oscuro, silencioso y olvidado.
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